Si la justicia
existe, tiene que ser para todos; nadie puede quedar excluido, de lo contrario
ya no sería justicia.
Paul Auster
Decían los antiguos, la Justicia
es una dama con ojos vendados, sosteniendo en su mano derecha la espada y en la
izquierda… una balanza. Antes, tras cometerse un delito, el acusado era llevado
ante el juez, quien le dictaba sentencia; si era condenatoria, el verdugo
procedía a cumplir la sentencia. Hoy por hoy, la impartición de justicia es
diferente; ya no es pronta y expedita.
En nuestro México, lindo y querido,
tenemos demasiados casos que dan prueba de ello; podemos citar algunos que han
trascendido en el tiempo y el espacio. Recordamos la muerte de Luis Donaldo Colosio,
un 23 de marzo de 1994, en aquel entonces se detuvo a Mario Aburto y se afirmó
que con su arresto y condena todo había terminado; sin embargo, en la mente de
varios quedó la impresión de que faltaban más culpables de ser llevados ante la
justicia. Incluso algunos pensaron que Mario Aburto era un simple “chivo
expiatorio”.
También recordamos el asesinato
de dos funcionarios americanos, asesinados en la carretera 57, en las cercanías
de Santa María del Río, en el estado de San Luis Potosí. Rápidamente las
fuerzas del orden se movilizaron y llevaron ante la justicia los presuntos
responsables, quienes fueron señalados como miembros del crimen organizado. Y
qué decir de lo acontecido en el Casino Royal, en la Sultana del Norte, un
crimen cobarde que dejó dolor en la ciudadanía de Monterrey. Aunque se han
presentado presuntos responsables, los ciudadanos no están conformes por una
simple y sencilla razón; por más criminales que lleven ante las autoridades,
jamás podrán reparar el daño, las pérdidas humanas jamás podrán anularse.
Todos los afectados, por el
crimen organizado, claman por justicia; sin embargo, además de enfrentarse a un
sistema policial que no previene el delito, se tiene que tolerar a un
Ministerio Público, que es lento para investigar e integrar las averiguaciones
previas, sin las cuales los presuntos pueden salir libres. Agregue que los
familiares y amigos de las víctimas del delito, tienen que tolerar la acción de
los organismos defensores de los derechos humanos, quienes intervienen para
verificar que en todo momento los derechos de los presuntos responsables sean
respetados.
El colmo de la “justicia” mexicana,
es que en diversas ocasiones los organismos defensores de los derechos humanos,
actúan con tal ímpetu que logran la liberación de los presuntos infractores; es
ahí cuando nos preguntamos, ¿y dónde estaban los organismos defensores de los
derechos humanos, cuándo asesinaron a ciudadanos inocentes, cuyo único pecado
fue estar en el lugar y momento equivocado?
Es cierto, que tenemos un sinfín de
fallas, lagunas legales; así como imperfecciones en los cuerpos policíacos, que
van desde falta de equipo, entrenamiento e incluso falta de honestidad. Esto no
es secreto, se comenta en diversos medios y por diversos personajes. La
situación es tal, que los ciudadanos afirman que se encuentran en estado de indefensión;
nadie los protege, nadie los cuida.
Ante tal situación, los ciudadanos
sólo pueden clamar por justicia y exigir a sus gobernantes y diputados; que se
dediquen a trabaja en un sistema legal que pueda garantizar la justicia; porque
“Si la justicia existe, tiene que ser para todos; nadie puede quedar excluido,
de lo contrario ya no sería justicia”.